CRÍTICA A LOS TIEMPOS QUE CORREN
Ni siquiera se percibe esa sensación de compañerismo en las Universidades. En las aulas existe una amplia gama de competitividad entre los alumnos que va desde el que quiere ser el mejor en su expediente y nunca presta sus apuntes a aquellos que de veras los necesitan, porque su ausencia en la clase se debe a situaciones personales que hacen incompatibles los horarios, hasta aquellos que compiten por caerle mejor al profesorado o por quién viste mejor, son sólo unos ejemplos. No existe la unión entre universitarios que luchen por unos ideales de peso, quizás porque en esta sociedad occidental hayan quedado eclipsados por razones tan superfluas e irracionales como unirse en masa para conseguir que el botellón sea legal. Mientras en otros países, como es el caso de Ecuador, gente de todas las edades se unen en grandes masas que protestan para echar, literalmente, a un presidente corrupto hasta las orejas, de su gobierno, o en contra del Tratado de Libre Comercio que en cualquier caso sólo beneficia al más poderoso aplastando al más débil.
Eso sucede en este país, y en otras naciones aburguesadas y absorbidas por el capitalismo más brutal. Nos hemos acostumbrado a pasar delante de mendigos sin inmutarnos, a callar ante una injusticia, a despreciar a los más viejos, a creer que sin coche, casa y un matrimonio eres un fracaso, a pensar demasiado en el dinero, a no contar nuestras preocupaciones por miedo a parecer débil en un mundo en el que los sentimientos apenas tienen cabida.
Estamos invadidos por una visión superficial de la realidad cotidiana, convencidos por muchos medios de comunicación de que este mundo es así y nada se puede hacer para resolver los problemas que de alguna manera, nos afectan a todos. El Yo hace su aparición en escena siempre, posiblemente porque hemos tenido que sacar la cabeza en una mar lleno de oportunismo, un mar en el que la ley del más fuerte es la que prima por encima de cualquier valor. Un mar donde hay balsas de dinero que todos pelean por alcanzar y la ambición crece cuanto más se tiene. Algo tan normal como sería acudir en ayuda de alguien que la necesite, como algún mendigo que cae en medio de una acera y junto al que pasa la gente, a ninguno se le ocurre preguntarle cómo se encuentra o llamar a una ambulancia. Ahora, por triste que parezca, lo normal es pasar de largo y como mucho pensar “pobrecito”, aunque sería injusto no decir que también hay quien no es así pero éstos ya son minoría. Qué podemos esperar si en un mismo edificio de muchas viviendas apenas hay comunicación entre los inquilinos, cuando es verdad que sucede que mueren personas mayores, solas y en el olvido más absoluto, y nadie percibe su ausencia hasta que ese olor característico delata la tragedia.
Algo sucede ya desde hace tiempo, el tiempo de la globalización, que maquillada de progreso y avance, de unión entre los pueblos del mundo, oculta una idea de pensamiento único, de aniquilación de tradiciones y culturas propias que es necesario erradicar para seguir adelante y que seamos todos cortados por el mismo patrón imperialista. La anticultura entra indiscriminadamente en nuestros hogares cada día, ¿cuántas de las películas que emiten en TV son producto del mismo mercado?, ¿cuántas son imitación de las anteriores?, la mayoría de ellas arrastran tras de sí asesinos en masa, dramas de adolescentes perdidos, policías superdotados o superhéroes que salvan el planeta y a los que debemos estar agradecidos. La odiosa popularidad a la que optan los estudiantes estadounidenses en sus telefilmes mediocres ha calado en la mente de los estudiantes de este país, el más popular es el mejor y el que tiene derecho a todo con respecto al resto del alumnado. Y calaron las hamburguesas, fruto de vacas alimentadas en pastos creados en plena Amazonia, a costa de sus árboles y su gente, pero eso parece no importar a sus consumidores que posiblemente ignoren hechos como este.
Lo mismo sucede con el consumo voraz de combustible para alimentar a un coche por persona, consecuencia también del egoísmo antes nombrado, de que cada cual tenga su propio vehículo que le lleve a su lugar de trabajo, en vez de compartirlo, de utilizar el transporte urbano o una bicicleta, y a veces incluso para trasladarse en una distancia que sin grandes esfuerzos puede hacerse caminando. Mientras, las petroleras acaban con las selvas y los amos del mundo destruyen países y con los países personas, miles de personas que mueren aquí y allá por culpa de la ambición de unos cuantos que se reparten el pastel y a los que nosotros, los de “abajo”, no somos capaces de frenar ni un poco, de concienciarnos todos y tener un consumo responsable que haga frente a esta locura consumista e hipócrita en la que nos vemos involucrados.
Continentes de una riqueza tan inmensa como África, no son capaces de levantar cabeza porque sencillamente no interesa, es mejor que continúe siendo uno de los “graneros de Occidente”, que siga siendo uno de los mayores importadores de armas que sirvan para dramatizar aún más su situación, aunque muera una persona por hambre cada minuto que pasa, aunque cada veinte una mina antipersonal deje mutilado a alguien en el mundo, inocente y ahora roto. Que más da si por una razón de suerte hemos nacido en una sociedad aburguesada y estos problemas nos quedan lejos, explotación de niños, minas antipersonales, exterminio de indios en el Amazonas para ganar tierra de cultivos de productos consumidos en Occidente, inmigrantes muertos en el intento o clandestinos si lo consiguen, mujeres muertas por sus maridos, mujeres explotadas, Guantánamo, pena de muerte, violación constante de los Derechos Humanos, saharauis esperando un referéndum en el exilio, el pueblo Kurdo, un cambio climático acelerado, mutilación genital femenina, Palestina, antiguos líderes genocidas y libres de sus crímenes y un largo etcétera que de enumerarlo cubriría miles de páginas.
Nos preguntamos muchas veces qué está sucediendo, por qué los valores humanos y los ideales parecen haber desaparecido, porque ya no existe el Nosotros. La respuesta es compleja y quizá haya que trasladarse a la Revolución Industrial o antes, justo al momento en el que el ser humano olvidó de dónde venía para sumergirse poco a poco y hoy día a ritmos vertiginosos, en el mundo capitalista, que en mi opinión, se nos ha ido de las manos y a pesar de que existan personas que luchen por los Derechos Humanos y por los de la Madre Tierra, el proceso es irreversible y se dirige al caos. Ese Yo, ese pronombre que se aísla y se mueve según el aire que mejor le venga, es el principal destructor del ser humano, que se deshumaniza con máquinas y cibernautas, que deja que un niño crezca frente a una consola y no sepa lo que es el olor del campo, que hace que cada cual se sumerja en su propia realidad y no quiera saber que ocurre más allá, que provoca que mientras uno es feliz ningún problema le aceche aunque alguien lo necesite, aunque miles de personas clamen su ayuda, que frivoliza, aparta, que mata la sensibilidad y alimenta el ego.
Rompamos una lanza por quien grita en el desierto, por quienes creen que es posible cambiar un poco el mundo, por volver a humanizarnos, por compartir, porque no todo está ya hecho, por los ideales, por preservar lo bueno que tenemos y porque en los años que nos quedan como especie soberana podamos poner un poco de orden en este cajón de sastre en que vivimos y no dar la razón absoluta a Richard Dawkins y su famoso “gen egoísta”.