30.11.06

CRÍTICA A LOS TIEMPOS QUE CORREN

En los tiempos que corren, como dice Eduardo Galeano, la palabra Yo es la que impera en la boca de los seres humanos. El concepto de Nosotros o el pensamiento común ha desaparecido desbancado por el egoísmo y la necesidad de salvar el pellejo aunque haya que aplastar a quinientos si fuese necesario. No es de extrañar que hoy en día, en medio de las caóticas urbes no asome apenas un sentimiento solidario entre los que en ellas habitan y se tienda a crear grupos cerrados de “amigos” incapaces de acoger a gente nueva porque el cupo está cerrado. Es la dificultad de crear amistades en lugares donde más personas hay, obteniéndose como resultado altos índices de depresiones y patologías psicológicas consecuencia de la soledad. Cuando uno llega nuevo a una ciudad espera conocer gente, crear nuevas amistades y superar la distancia con los suyos, si los tiene, y con su lugar natal de la mejor manera posible. Qué mejor que cuando uno está lejos pueda llegar a esquivar la nostalgia y que el ser nuevo no le cargue de calamidades. Pero esto no suele suceder (no es intención generalizar). Los cursos a los que uno se apunta para conocer gente afín, pocas veces ofrecen esta posibilidad, allá cada uno tiene su vida y va por propio interés, ya tiene su grupo formado de amigos y cuando la jornada llega a su fin, lo mismo sucede en el lugar de trabajo, cada mochuelo a su olivo. El que está solo, solo se queda y aún guarda la esperanza de que quizás en el próximo cursillo encuentre quien le haga un hueco en su corazón. No es una visión pesimista de la realidad, sí una percepción subjetiva que no creo que esté muy lejos de una verdad común, si es que ésta existe. La emoción de lo nuevo la lleva el forastero más que los oriundos del lugar donde éste llega.

Ni siquiera se percibe esa sensación de compañerismo en las Universidades. En las aulas existe una amplia gama de competitividad entre los alumnos que va desde el que quiere ser el mejor en su expediente y nunca presta sus apuntes a aquellos que de veras los necesitan, porque su ausencia en la clase se debe a situaciones personales que hacen incompatibles los horarios, hasta aquellos que compiten por caerle mejor al profesorado o por quién viste mejor, son sólo unos ejemplos. No existe la unión entre universitarios que luchen por unos ideales de peso, quizás porque en esta sociedad occidental hayan quedado eclipsados por razones tan superfluas e irracionales como unirse en masa para conseguir que el botellón sea legal. Mientras en otros países, como es el caso de Ecuador, gente de todas las edades se unen en grandes masas que protestan para echar, literalmente, a un presidente corrupto hasta las orejas, de su gobierno, o en contra del Tratado de Libre Comercio que en cualquier caso sólo beneficia al más poderoso aplastando al más débil.

Eso sucede en este país, y en otras naciones aburguesadas y absorbidas por el capitalismo más brutal. Nos hemos acostumbrado a pasar delante de mendigos sin inmutarnos, a callar ante una injusticia, a despreciar a los más viejos, a creer que sin coche, casa y un matrimonio eres un fracaso, a pensar demasiado en el dinero, a no contar nuestras preocupaciones por miedo a parecer débil en un mundo en el que los sentimientos apenas tienen cabida.

Estamos invadidos por una visión superficial de la realidad cotidiana, convencidos por muchos medios de comunicación de que este mundo es así y nada se puede hacer para resolver los problemas que de alguna manera, nos afectan a todos. El Yo hace su aparición en escena siempre, posiblemente porque hemos tenido que sacar la cabeza en una mar lleno de oportunismo, un mar en el que la ley del más fuerte es la que prima por encima de cualquier valor. Un mar donde hay balsas de dinero que todos pelean por alcanzar y la ambición crece cuanto más se tiene. Algo tan normal como sería acudir en ayuda de alguien que la necesite, como algún mendigo que cae en medio de una acera y junto al que pasa la gente, a ninguno se le ocurre preguntarle cómo se encuentra o llamar a una ambulancia. Ahora, por triste que parezca, lo normal es pasar de largo y como mucho pensar “pobrecito”, aunque sería injusto no decir que también hay quien no es así pero éstos ya son minoría. Qué podemos esperar si en un mismo edificio de muchas viviendas apenas hay comunicación entre los inquilinos, cuando es verdad que sucede que mueren personas mayores, solas y en el olvido más absoluto, y nadie percibe su ausencia hasta que ese olor característico delata la tragedia.

Algo sucede ya desde hace tiempo, el tiempo de la globalización, que maquillada de progreso y avance, de unión entre los pueblos del mundo, oculta una idea de pensamiento único, de aniquilación de tradiciones y culturas propias que es necesario erradicar para seguir adelante y que seamos todos cortados por el mismo patrón imperialista. La anticultura entra indiscriminadamente en nuestros hogares cada día, ¿cuántas de las películas que emiten en TV son producto del mismo mercado?, ¿cuántas son imitación de las anteriores?, la mayoría de ellas arrastran tras de sí asesinos en masa, dramas de adolescentes perdidos, policías superdotados o superhéroes que salvan el planeta y a los que debemos estar agradecidos. La odiosa popularidad a la que optan los estudiantes estadounidenses en sus telefilmes mediocres ha calado en la mente de los estudiantes de este país, el más popular es el mejor y el que tiene derecho a todo con respecto al resto del alumnado. Y calaron las hamburguesas, fruto de vacas alimentadas en pastos creados en plena Amazonia, a costa de sus árboles y su gente, pero eso parece no importar a sus consumidores que posiblemente ignoren hechos como este.

Lo mismo sucede con el consumo voraz de combustible para alimentar a un coche por persona, consecuencia también del egoísmo antes nombrado, de que cada cual tenga su propio vehículo que le lleve a su lugar de trabajo, en vez de compartirlo, de utilizar el transporte urbano o una bicicleta, y a veces incluso para trasladarse en una distancia que sin grandes esfuerzos puede hacerse caminando. Mientras, las petroleras acaban con las selvas y los amos del mundo destruyen países y con los países personas, miles de personas que mueren aquí y allá por culpa de la ambición de unos cuantos que se reparten el pastel y a los que nosotros, los de “abajo”, no somos capaces de frenar ni un poco, de concienciarnos todos y tener un consumo responsable que haga frente a esta locura consumista e hipócrita en la que nos vemos involucrados.

Continentes de una riqueza tan inmensa como África, no son capaces de levantar cabeza porque sencillamente no interesa, es mejor que continúe siendo uno de los “graneros de Occidente”, que siga siendo uno de los mayores importadores de armas que sirvan para dramatizar aún más su situación, aunque muera una persona por hambre cada minuto que pasa, aunque cada veinte una mina antipersonal deje mutilado a alguien en el mundo, inocente y ahora roto. Que más da si por una razón de suerte hemos nacido en una sociedad aburguesada y estos problemas nos quedan lejos, explotación de niños, minas antipersonales, exterminio de indios en el Amazonas para ganar tierra de cultivos de productos consumidos en Occidente, inmigrantes muertos en el intento o clandestinos si lo consiguen, mujeres muertas por sus maridos, mujeres explotadas, Guantánamo, pena de muerte, violación constante de los Derechos Humanos, saharauis esperando un referéndum en el exilio, el pueblo Kurdo, un cambio climático acelerado, mutilación genital femenina, Palestina, antiguos líderes genocidas y libres de sus crímenes y un largo etcétera que de enumerarlo cubriría miles de páginas.

Nos preguntamos muchas veces qué está sucediendo, por qué los valores humanos y los ideales parecen haber desaparecido, porque ya no existe el Nosotros. La respuesta es compleja y quizá haya que trasladarse a la Revolución Industrial o antes, justo al momento en el que el ser humano olvidó de dónde venía para sumergirse poco a poco y hoy día a ritmos vertiginosos, en el mundo capitalista, que en mi opinión, se nos ha ido de las manos y a pesar de que existan personas que luchen por los Derechos Humanos y por los de la Madre Tierra, el proceso es irreversible y se dirige al caos. Ese Yo, ese pronombre que se aísla y se mueve según el aire que mejor le venga, es el principal destructor del ser humano, que se deshumaniza con máquinas y cibernautas, que deja que un niño crezca frente a una consola y no sepa lo que es el olor del campo, que hace que cada cual se sumerja en su propia realidad y no quiera saber que ocurre más allá, que provoca que mientras uno es feliz ningún problema le aceche aunque alguien lo necesite, aunque miles de personas clamen su ayuda, que frivoliza, aparta, que mata la sensibilidad y alimenta el ego.

Rompamos una lanza por quien grita en el desierto, por quienes creen que es posible cambiar un poco el mundo, por volver a humanizarnos, por compartir, porque no todo está ya hecho, por los ideales, por preservar lo bueno que tenemos y porque en los años que nos quedan como especie soberana podamos poner un poco de orden en este cajón de sastre en que vivimos y no dar la razón absoluta a Richard Dawkins y su famoso “gen egoísta”.

Mujeres víctimas del petróleo y protagonistas de la resistencia

Por Esperanza Martínez
Esperanza Martínez es integrante de Acción Ecológica de Eucador y de Oilwatch. Artículo publicado en el Boletín No.79 del Movimiento Mundial por los Bosques, febrero de 2004
www.wrm.org.uy
Esperanza puede ser contactada en tegantai@oilwatch.org.ec

Dice el pueblo gitano que cuando sus mujeres estén en las esquinas ofreciéndose y sus ancianos mueran solos en los asilos, el pueblo gitano dejará de ser pueblo. Las mujeres en las zonas petroleras han sido arrojadas a las esquinas, castigadas con la violencia y están literalmente sumergidas en la contaminación. Víctimas y protagonistas de la resistencia al petróleo; eso son las mujeres.
Abundan los datos y evidencias que demuestran el impacto de la actividad petrolera en el ambiente y en la economía. Los ecologistas hemos demostrado, con datos, el impacto sobre los ecosistemas, la salud y la biodiversidad. Con sus testimonios, las poblaciones locales han descrito su estado de empobrecimiento y humillación, y hasta el FMI ha tenido que reconocer que: «Hemos encontrado que durante los últimos 30 años, las reservas petroleras del Ecuador han disminuido mientras su deuda ha aumentado, empobreciendo paulatinamente al país cada vez más».
A pesar de que una parte importante de los desastres ambientales y sociales han sido reconocidos y hasta registrados, poco se habla de los impactos que sufren las mujeres y se reflexiona menos sobre esos impactos en el largo plazo, es decir en las siguientes generaciones. La actividad petrolera ha destruido miles de millones de hectáreas en el mundo. Solamente en el Ecuador se han concesionado 5 millones de hectáreas, incluyendo áreas protegidas y territorios indígenas. La contaminación es permanente, accidental y también rutinaria. En el Ecuador solamente en el año 2001 se produjeron 75 derrames, uno cada 5 días, con una pérdida de más de31.000 barriles de petróleo. Las mujeres se han llevado la peor parte y resultan más vulnerables que los hombres a las enfermedades.
De acuerdo a un estudio de Acción Ecológica que analizó, pozo por pozo, la incidencia de cáncer, éste constituye el 32% de las muertes en la zona petrolera, tres veces más que la media nacional (12%), y cinco veces más que en la provincia del estudio, afectando sobre todo a mujeres. La gente lo sabe; se dice que hay bastante cáncer, bastantes muertos. A la esposa del señor Masache, por ejemplo, estando encinta de8 meses y sana, le dio un derrame interno y murió. Después se supo que tenía cáncer; él dice que las a mujeres les da más el cáncer, porque son más delicadas, tienen hijos y trabajan.
En Lago Agrio, ciudad petrolera en la Amazonía ecuatoriana, el 65 % de las madres son solteras, pues los petroleros llegan en su calidad de hombres solteros con recursos y ofertas de una vida próspera. Y es la zona con mayor denuncia de violencia, a pesar de que la mayoría de las víctimas de violencia permanecen en silencio.
«Hace años cuando la Shell exploraba en territorio Kichwa se dio un incidente. Tres mujeres jóvenes fueron al campamento para vender chicha, los petroleros las siguieron al monte y las violaron. Ellas regresaron a la comunidad y por vergüenza no dijeron nada. Días más tarde uno de los esposos escuchó a los petroleros reírse de ellas... los hombres entonces, pegaron con rabia a sus mujeres», me contó hace tiempo Cristina Gualinga, de Sarayacu.
El 75% de la población que vive en áreas de explotación petrolera usa el agua contaminada; una gua fétida, salada, de color y con petróleo en superficie. Los petroleros dicen que no hay problema con usarla, que el agua está sana, que lleva proteínas, y que como hace espuma, hasta leche debe tener. Las mujeres padecen esa contaminación, y acaban por tener que ofrecerla a su familia. Ellas están en permanente contacto con el agua: lavan la ropa, bajan al río para que los niños se bañen, preparan la chicha. Además, están agobiadas por una mayor carga de trabajo, pues no solamente deben caminar más para buscar el agua para beber y leña para cocinar, sino que también deben atender muchas veces solas la chacra, pues los hombres se integran al circuito de demandas de las petroleras en calidad de jornaleros o muchas veces negociando y cambiando su territorio de cacería para abastecer de carnea los campamentos petroleros.
La primera vez que entré a territorio Huaoranime sorprendió que en cuatro días no oyera llorar un niño ni una sola vez. Parece poco importante y quizá solamente otras mujeres entiendan lo que eso significa, pero esos niños estaban realmente bien; los niños en cuidado casi colectivo, no recurren al llanto. Hoy, tras la entrada de las petroleras, las mujeres Huaorani atienden en el bar de Shell Mera. Los hombres, casi alcoholizados se pasean en el carro de la compañía, antes de despertar heridos en los hospitales, como ha sucedido ya. Y los niños, a velocidad moderna, tienen que adaptarse a estas nuevas condiciones que les alejan de sus padres, destruyen su tierra y por lo tanto mutilan el futuro de este pueblo. Las mujeres Huaorani y los ancianos cayeron, como quien cae en medio de la batalla. Fueron demasiadas las presiones que les llevaron a firmar un «convenio de amistad» con la empresa estadounidense Maxus; convenio que se firmó en inglés y por 20 años. En este convenio se permitía la operación petrolera en su territorio, dando por terminados meses de resistencia. La firma del convenio se realizó con la presencia de la hija del presidente de la república y el agregado de negocios de la embajada de Estados Unidos, y en aquel acto, grabada por la prensa, Alicia Durán Ballen entregó sus aretes a una mujer Huaorani y recibió a cambio una pechera Huaorani. ¿Crees que ganamos con el cambio?, le preguntó al asesor norteamericano con una sonrisa.«Así ganamos Manhattan», fue su respuesta.
No muy lejos de aquí, otro pueblo sostiene hoy una lucha de siete años. El pueblo de Sarayacu resiste a la empresa argentina CGC y la estadounidense Burlington. La comunidad de Sarayacu en Ecuador hace tiempo habría sido sometida por las petroleras si no fuera por sus mujeres. Las mujeres se organizaron y dijeron que si los hombres decidían dejar entrar a las empresas, deberían empezar a buscarse otras mujeres... y otro territorio. Han dicho que no permitirán que los hijos y jóvenes de Sarayacu se conviertan en peones y esclavos de las grandes empresas petroleras. Es una decisión no negociable. La empresa ha respondido creando conflictos intercomunitarios, sobornando, manipulando y presionando al gobierno para que militarice la zona... y hace poco dijeron a la población que se minaron los senderos para que la población no saliera de la comunidad. Las mujeres de Sarayacu decidieron caminar esos senderos para que ninguno de sus hijos perdiera la vida. Comenzaron la caminata con el peso del temor de una muerte inminente, terminaron el recorrido con el alivio de recuperar el derecho de ellas y sus hijos a andar por su territorio.
En Sarayacu son las mujeres desde las chacras y con la resistencia las que defienden el futuro posible de su pueblo.

22.11.06

El velo islámico no existe


El Mundo, 20/11/2006
Por NAZANIN AMIRIAN, periodista iraní y profesora de Ciencias Políticas de la UNED.


Burka, chador, niqab y otras formas de cubrirse la cabeza de algunas mujeres en el mundo musulmán no son el llamado velo islámico. De hecho tal concepto, simplemente, no existe en el Corán. En ninguna parte del libro sagrado de los musulmanes se les exige, ni siquiera se les recomienda, cubrirse la cabeza, ni mucho menos llevar un velo integral que les cubra todo el cuerpo incluso el rostro. De las ocho veces que aparece el término hiyab – velo– en el Corán, ninguna hace referencia a la prenda que camufla el pelo. En dichos versículos el sentido de hiyab es cortina, que separa espacios físicos, el privado del público.

Sin duda, tanto los graves problemas y dificultades en las traducciones de una lengua local antigua a las modernas, así como las interpretaciones distintas y muchas veces contradictorias de diferentes doctores en la fe, son causas de la discrepancia sobre el sentido de términos coránicos.

Las únicas referencias del Corán al modo de vestir son las siguientes: «¡Oh, Hijos de Adán! Les hemos dado ropas para que se cubran y la ropa es como un adorno. Pero la ropa de rectitud es mejor» (Corán 7,26); aunque el objeto de la polémica es la número 24,31: «...Y di a las creyentes que bajen la mirada y que guarden su castidad, y no muestren de sus atractivos sino lo que de ellos sea aparente; así pues, que se cubran el escote con el jimar». Esta sura pide que ellas cubran sus senos, y no su cabeza, pero recomienda que lo hagan, no con hiyab, sino con jimar que era el tocado común de las mujeres en la península Arábiga y que dejaba al descubierto sus pechos.

En otra ocasión pide que se vistan de chilaba – un chal largo y grande – como signo de distinción. « Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con la chilaba. Es lo mejor para que se las distingan y no sean molestadas». Corán, 33,59.

Más allá de las teorías y las suposiciones, el mapa étnico real del mundo islámico – con malayos, persas, kurdos, árabes, turcos, chinos, caúcasos, turcomanos, tayicos, entre tantos otros – impide una vestimenta unificada. De hecho, hoy, la mayoría de las mujeres musulmanas no utilizan ninguna forma de velo, y siguen llevando sus vestimentas étnicas y tradicionales que son, por cierto, muy coloridas y casi nunca negras, color que culturalmente se ha identificado con la muerte y mal augurio.

La discrepancia entre los ulema, doctores en la fe, tanto sobre este tema como en otros empieza cuando, además del Corán, son consideradas fuentes de la ley los ahadiz, los dichos del Profeta recogidos después de su muerte, y la sunnah, tradiciones prácticas de la religión, que para la mayoría de los reformistas del Islam son poco fiables. Para esta corriente, el Libro Sagrado es completo y acabado, y el silencio que guarda en algunos temas es precisamente para dar un espacio al sentido común, respetar la libertad del creyente y dar una oportunidad al progreso.

Para muchas feministas islámicas, llevar la ropa modesta significa pasar desapercibida, y justo por ello consideran que en Occidente cubrirse con el chador o el velo integral llamaría más la atención. Mujeres musulmanas como la iraní Shirin Ebadi, premio Nobel de la Paz, en sus viajes a Europa nunca utiliza el velo, sin que por eso permita que alguien cuestione su fe. Estas mujeres toman el Corán como única referencia y más que completa, esquivando otros textos sagrados o interpretaciones personales de diferentes hombres de la religión. Ése es un salvoconducto otorgado por la propia religión mahometana a los creyentes, puesto que en el Islam no existe ninguna iglesia o intermediaria, y la relación entre el fiel con su Dios es directa.

El velo integral de color negro que llevan algunas mujeres es una tradición patriarcal de Arabia Saudí y Yemen, y de ninguna manera es el hiyab islámico. Es interesante recordar que esta vestimenta utilizada por algunas maestras iraníes en la época del ayatolá Jomeini fue prohibida por el propio Ministerio de Educación, por los efectos psicológicos negativos que producía sobre los alumnos.